Los legendarios sombreros panamá no son originarios de Panamá, como su nombre podría indicar. En realidad, siempre se han producido en Ecuador. Y hay un motivo por el que los panamás proceden de Ecuador: la materia prima con la que se tejen se obtiene de las fibras de una planta autóctona.
Todo tiene su origen en una planta similar a una palmera. Se llama Carludovica palmata y crece en las regiones húmedas y montañosas de Ecuador, en los territorios de Montecristi y Jipijapa. De las ramas de esta planta, ya utilizada por la civilización inca para confeccionar ropa, se obtiene una fibra muy resistente, que se hierve y se seca al sol antes de ser tejida a mano.
El proceso de tejido, que requiere destreza, precisión y paciencia, es muy complejo. Los tejedores más experimentados solo trabajan de madrugada o al atardecer, cuando los dedos no les sudan por el calor. Existen múltiples tipos de tejido, pero, en general, cuanto más fina sea la calidad del tejido, más valiosos serán los sombreros. Elaborar un ejemplar de Montecristi Extrafino, el de mayor calidad de estilo panamá, puede requerir hasta seis meses de trabajo.
En la elaboración del panamá no solo interviene el tejedor, encargado de tejer el cuerpo principal del sombrero. Hay especialistas que actúan en las últimas fases de la producción, artesanos con nombres fascinantes como rematador, cortador, apaleador y planchador. El rematador es el encargado del acabado del dobladillo que remata el tejido. El cortador es quien raspa la superficie del sombrero, eliminando las fibras sobrantes, mientras que el apaleador aporta flexibilidad a la paja golpeándola con un mazo de madera tropical. Por último, el planchador, el último artesano que interviene en el proceso, termina de dar forma al panamá con una plancha rudimentaria.
En su libro de 1986 La ruta de los panamás, el escritor estadounidense Tom Miller relata los intrincados acontecimientos que llevaron a que los sombreros fabricados en Ecuador a mediados del siglo XIX adoptaran el nombre de panamá. El origen de todo se debe a un exiliado español, Manuel Alfaro González, que llegó a Ecuador en 1830 y se instaló en Montecristi, donde gran parte de la población se dedica a tejer sombreros de paja. Alfaro, que tenía un gran olfato para los negocios, se dio cuenta del potencial de estos sombreros y decidió reorganizar la producción y establecer Panamá como centro estratégico de exportación. La razón es bien sencilla: los viajeros que se dirigían a California atraídos por la fiebre del oro pasaban por Panamá y necesitaban sombreros prácticos y ligeros para protegerse del sol. El negocio iba viento en popa y Alfaro se convirtió en un hombre rico y famoso, pero no es su nombre, sino el del istmo de Panamá, el que permanece ligado a los sombreros de paja fabricados en Ecuador. Del resto se encargó el 26.º presidente estadounidense Theodore Roosevelt, que visitó Panamá en noviembre de 1906 para comprobar los avances del canal, cedido por Francia a Estados Unidos en 1904. La visita a las obras incluyeron varias fotografías. El presidente, con un sombrero blanco de paja ecuatoriana, es inmortalizado por un reportero del New York Times a bordo de una excavadora a vapor. La fotografía dio la vuelta al mundo y consagró a nivel internacional la fama de los sombreros Panamá, que en 2012, poco más de 100 años después, fueron reconocidos por la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. ¿El motivo? «El magnífico tejido de paja, resultado de un complejo proceso, representa una tradición artesanal transmitida de generación en generación en las comunidades de origen».
El tejido que forma cada sombrero panamá de Borsalino se confecciona en Ecuador, respetando las antiguas costumbres locales. Los productos semiacabados pasan a manos de artesanos de Alessandria, que se encargan de las últimas fases fundamentales de elaboración. En la fábrica de Borsalino se produce la apasionante unión de dos escuelas de excelencia que dan como resultado un sombrero único: el panamá de Borsalino.